Un apunte sobre "Easy Rider"
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Sostiene Bertrand Russell que muchos hombres eminentes fueron más importantes por su mito que por lo que fueron en realidad. Si esta teoría también puede aplicarse a las películas, Easy Rider (Dennis Hopper, 1969) es uno de sus ejemplos incontestables. El reciente óbito de Peter Fonda, su productor y coprotagonista junto al propio Hopper, no ha de nublar el juicio sobre esta cinta medio siglo después de su estreno: Easy Rider -inútil referirse a ella como Buscando mi destino, su absurdo título español- es un mito por su banda sonora -The Band, The Byrds, The Jimi Hendrix Experience, Steppenwolf- y por su apología de la sedición juvenil de la época. Pero cinematográficamente deja mucho que desear.
Puestos a hablar de filmes de hippies, la obra maestra es Zabriskie Point (1970), del gran Michelangelo Antonioni. Ambientada en los disturbios del campus de Berkeley, Mark (Mark Frechette), su protagonista, era un joven que, tras matar a un policía en una refriega, emprende la huida. En su evasión se encuentra con la bella Daría (Daria Halprin) y juntos llegan al este del Valle de la muerte, a esa parte de la sierra Amargosa conocida como Zabriskie Point. Allí, entre las dunas sedimentadas caprichosamente durante milenios, la pareja tendrá esa experiencia lisérgica correspondiente a cualquier cinta de hippies que se precie. Como la del Mardi Gras de Nueva Orleans de Easy Rider. Pero plásticamente, mucho más bonita. Las fantásticas formas que adopta el desierto en Zabriskie Point son mucho más sugerentes que los burdeles de Nueva Orleans, por donde alucinan Wyatt (Fonda) y Billy (Hopper), a los que nos ha llevado el cine con tanta frecuencia.
Diré más, puestos a hablar de road movies de hippies, la obra maestra es Two-Lane Blacktop (Monte Hellman, 1971). Ésta sí admite su título español: Carretera asfaltada en dos direcciones. Como Fonda, Hellman también fue acólito del gran Roger Corman, el maestro de la serie B, el mago del cine barato. Pero el nervio de Hellman fue mayor, y más atinado que el de Hopper, puesto a contar la experiencia de un conductor -incorporado por el mismísimo James Taylor- y un mecánico -a quien da vida Dennis Wilson, el batería de The Beach Boys- buscándose la vida en carreras ilegales, a través del sudoeste de Estados Unidos, en las que participan con su Chevrolet del 55.
Desde que Kerouac la mitificase en On the Road (1957), una de las novelas fundamentales del amado siglo XX, la carretera era uno de los caminos principales de la sedición juvenil. Aunque, muy a menudo, se tratase de un viaje a ninguna parte, estaba claro que en la propuesta de Hellman era toda una exaltación de la contracultura estadounidense. De hecho, Laurie Bird, la chica que se sube al coche de Taylor y Wilson, era una de las musas de aquel tiempo y de aquella contestación. Novia de Hellman en aquellos días, Laurie habría de quitarse la vida ocho años después, siendo la chica de Art Garfunkel. El propio Wilson murió en extrañas circunstancias en el 83, tras una larga experiencia con las drogas, aquella liberación en la sedición juvenil.
En fin, incluso dentro de la filmografía de Hopper, The Last Movie (1971) o Caído del cielo (1980) son cintas de mucha más enjundia que Easy Rider. Eso sí, la emoción que nos procuraba la secuencia de Wyatt y Billy, avanzando con sus choppers por la carretera mientras el Born to Be Wilde de los Steppenwolf ocupaba la banda sonora, no tiene parangón. Icono de una cinta que es en sí misma uno de los mayores símbolos de la contestación juvenil del amado siglo XX, dicha imagen, convertida en uno de aquellos posters que decoraban los billares y los primeros bares de juventud, a los que estábamos en el ajo -el "rollo" que se decía entonces- ya nos agitaba la conciencia incluso antes del estreno español de Easy Rider, que no se produjo hasta 1974. Los afortunados que ya la habían visto, en esos viajes que se hacían a Londres o a Ámsterdam -a Londres para comprar discos, a Ámsterdam para lo que ya sabe el buen entendedor- nos la contaban a los infelices que teníamos que conformarnos con el poster.
Y así, antes de ver la película, ya sabíamos algo que parecen ignorar todos los que hoy han escrito alegremente sobre ella: en la América profunda, mataban a los hippies no sólo porque llevasen el pelo largo, se drogasen y escuchasen rock & roll. También porque intuían que esa sedición juvenil que traían consigo habría de poner en marcha un nuevo entendimiento. La tolerancia y la ecología, entre algunos otros, son dos dogmas de fe de nuestro tiempo que tienen su origen en aquella sedición juvenil mostrada en Easy Rider.
A Peter Fonda, que protagonizó para Corman Los ángeles del infierno (1965) y El viaje (1967), esta última sobre una experiencia con LSD, no hay que recordarle por su chopper tuneada a lo Capitán América, como los comentaristas más superficiales están haciendo. Lo que cumple es evocarle como al impulsor de la primera apología de la sedición juvenil que habría de traer un nuevo entendimiento a la sociedad occidental. Esa fue la grandeza de Easy Rider, no sus valores cinematográficos.
Publicado el 17 de agosto de 2019 a las 18:00.